"Ya no lloro", dice. Pero se emociona, suspira, habla de forma entrecortada y sus ojos claros se llenan a menudo de lágrimas cuando recuerda a su esposo, el cantautor, director teatral y actor Víctor Jara, que los militares torturaron y asesinaron brutalmente poco después del golpe de septiembre de 1973, truncando el torrente creativo de uno de los artistas chilenos más universales.
Dedicada desde entonces a preservar su memoria, su viuda, la inglesa Joan Turner, sostiene que no se alimenta con el odio, pero quiere ver a los criminales encarcelados.
"Los tribunales tendrían que juzgar y castigar a los responsables. Sería lo justo: han tenido todos estos años para vivir sus vidas, y no así sus víctimas. Por lo menos, que se les identifique judicialmente", pide.
Al oir sus proyectos, Víctor Jara parece estar de nuevo presente. En julio, su viuda irá a la inauguración en Buenos Aires de una exposición sobre el cantautor y después, al bautizo de una calle en Montivideo con su nommbre. Un poeta mapuche vertió al mapudungun la letra de sus canciones y en Francia quieren traducir sus poemas. Una comisión decidirá dónde se ubicará y cómo será el monumento que se erigirá en su recuerdo. En la fundación Víctor Jara, que su viuda dirige, se han digitalizado sus manuscritos, cartas, recortes de prensa y fotos. Un sello musical publicará su obra completa. Si la fundación consigue recursos, llevará una exposición a Europa. Conservan dos entrevistas a Jara en la radio que nunca fueron transmitidas.
Trés décadas después del crimen, la influencia de la obra de Jara ha crecido. Interpretan sus temas artistas como Serrat, Mercedes Sosa, Bono, Peter Gabriel y, en Chile, sin pudor, hasta cantantes de derecha. Es quizá el triunfo final del hijo de campesinos y autor de canciones como El cigarrito, Te recuerdo Amanda, y El arado que, siendo prisionero de los militares, murió acribillado de 34 balazos con su rostro sonriente deformado a culatazos y patadas, al que uno de sus verdugos, un oficial de ejército apodado El príncipe, le decía sadicamente "ahora vas atocar concha de tu madre", mientras rompían sus manos a culatazos.
"Es impresionante lo que significa Víctor para gentes de todos los continentes, de los paises más diversos. Es un valor universal. Cuando voy a España siento ese cariño emocionante, especialmente en Cataluña. Es como si él fuera catalán", sostiene su viuda.
Ella cree que Jara se ha convertido en un símbolo de las víctimas del dictador Augusto Pinochet, que tiene significado hasta para generaciones que no habían nacido cuando fue asesinado, "por el contraste tan grande que hay entre sus canciones, llenas de amor y esperanza, con mucho amor a las personas, y lo que le pasó a él y a tanta gente".
"Víctor era instinto y talento. Sus canciones surgían de la realidad. Siempre andaba con papelitos, anontando cosas, ensayando horas con la guitarra, probando acordes. No había estudiado música: el folclore de Chile le venía desde adentro, por su madre, que era cantante. Casi siempre nacían simultaneamente texto y música, iba como buscando las dos puntas".
"Más que yo", añade Joan, "sabía de los horrores que venían". El gobierno socialista del presidente Salvador Allende, elegido en 1970, vivía en 1973 sus días finales. "Fueron años vertiginosos, llenos de vida y compromisos... Él había renunciado al teatro en 1970 y se dedicó al canto", recuerda. Artista y militante comunista, el tiempo se le hacía escaso. "Tenía la idea que después íbamos a tener tiempo para nosotros juntos, cuando pasaran esos años de tanta responsabilidad. Pero lo mataron".
Escucharon juntos el último discurso de Allende y, mientras tanques y y aviones atacaban el palacio de La Moneda, Jara partió a la Universidad Técnica, acatando la convocatoria sindical a que los trabajadores permanecieran en sus puestos de trabajo. Junto con 600 estudiantes, profesores y funcionarios permaneció en la universisdad. Los militares los cercaron, los apresaron y los llevaron al céntrico Estadio Chile. Días después, un funcionario de la morgue llegó hasta su casa a avisar a Joan de que Víctor estaba muerto y que debían apurarse en sepultarlo antes de que lo arrojaran a la fosa común.
"Entré en la morgue y vi cientos de cuerpos apilados. El estaba al final de una larga fila de gente joven, estudiantes universitarios. Vestía chomba negra, sus pantalones estaban abajo y tenía calchunchos (calzoncillos) azules. Estaba destrozado..." No hubo funeral, y desde entonces descansa en una modesta tumba en un muro del Cementerio General de la que no ha querido cambiarlo, "porque es parte de la historia de Chile". Hasta que lo trasladaron a su residencia en Isla Negra, a pocos metros de donde estaba sepultado el poeta Pablo Neruda.
El crimen también agotó durante años la pasión de Joan por el baile que ella practicaba profesionalmente y por el que llegó a Chile en 1954. "Perdí el gusto, no era posible expresar lo que necesitaba a través de el". Ahora recuperó esa pasión: impulsa un centro de danza.
"Perdonar a quienes violaron los derechos humanos" es muy dificil. Ellos no han pedido perdón e incluso alardean de lo que hicieron. "Es muy dificil para los familiares espontaneamente perdonar crímenes que dejaron tantas huellas dolorosas en tantas vidas. Pero yo no vivo con odio. Me he volcado a la vida de Víctor", afirma.
Admira "mucho" a la presidenta Michelle Bachelet. "Ha aceptado un tremendo desafio y le deseo en nombre de todas la mujeres que haga muy bien su tarea, que le ha tocado en un momento muy dificil. Yo no soy quién para juzgar a la presidenta, ella esta haciendo todo lo que puede", agrega.
Si hoy viviera, "no se si Víctor estaría cantando", dice, aunque esta segura de que se entregaría por los demás.
Manuel Délano, El Pais, 10 de junio 2007
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